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Dios inspiró a distintos hombres a través de la historia, para que ellos escribieran los diferentes libros que forman la Biblia. Este hecho hace que la Biblia sea la Palabra de Dios. La inspiración no anuló la expresión de los escritores, sino que los guió y controló. (2 Timoteo 3:16; 2 Pedro 1:21)
La Biblia es infalible, es decir no tiene fallas, ni errores. Esto se explica porque el ónico ser infalible es Dios, y la Biblia es Su Palabra. Ella nos provee enseñanzas para todas las áreas de nuestra vida (Salmo 33:4)
El hecho de tener un registro fehaciente de la revelación de Dios, hace de la Biblia la autoridad final en todo asunto de fe y práctica. Ella tiene autoridad en sí misma. (2 Pedro 1:16-21).
Al referirnos a Dios no decimos que son tres individuos, sino distinciones personales dentro de uno mismo, dentro de la esencia divina. La esencia está plenamente con todas sus perfecciones en cada una de las personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, teniendo también todas ellas los mismos atributos. (Mateo 28:19; Juan 17:5; Génesis 1:26)
Jesucristo es una de las personas de la trinidad, por lo tanto, Dios mismo. Cuando habitó en la tierra fue concebido por obra del Espíritu Santo, en el vientre de la virgen María, siendo totalmente hombre y totalmente Dios. (Filipenses 2:5-7; Mateo 1:2)
El Espíritu Santo es una de las personas de la trinidad, por lo tanto, Dios mismo. Recibe nombres divinos, se le adjudican perfecciones divinas, realiza obras divinas, se le tributan honores divinos. El convence al mundo de pecado (Juan 16:13-14; Juan 15:26)
El Espíritu Santo se posesiona del creyente y lo usa como Dios quiere, haciéndolo apto para el servicio a Dios. El es quien nos acompaña y nos garantiza que Dios cumplirá sus promesas para nosotros. Nos da poder para vivir una vida cristiana (Efesios 1:13,14; Romanos 8:26-27)
Dios creó al hombre, le dio una posición de privilegio y lo hizo responsable ante Él. La creación del hombre es un acto personal de Dios. Fue creado como un ser libre y pensante. El hombre es un ser indivisible que tiene cuerpo, alma y espíritu. Es un ser de relación con Dios, con el hombre, con la naturaleza y consigo mismo. (Génesis 1:26-27)
Al desobedecer Adán a Dios, entró el pecado al mundo, siendo el mismo traspasado a todos los hombres, es decir, que todos los hombres nacen bajo la naturaleza del pecado. El pecado rompió la relación perfecta que el hombre tenía con Dios, ya que Él es perfecto y odia al pecado. La caída fue por elección total del hombre. (Romanos 5:12; Efesios 2:1-3)
El Espíritu Santo es una de las personas de la trinidad, por lo tanto, Dios mismo. Recibe nombres divinos, se le adjudican perfecciones divinas, realiza obras divinas, se le tributan honores divinos. El convence al mundo de pecado (Juan 16:13-14; Juan 15:26)
No existe ninguna obra, ceremonia, ordenanza, ni nada que el hombre pueda hacer por sí mismo para reconciliarse con Dios. El pecado es una barrera entre Dios y el hombre. Dios, en su infinito amor, proveyó al hombre el medio para volver a relacionarse con Él. Es solamente apropiándose del sacrificio en la cruz del Señor Jesús, que tenemos una nueva vida en Dios, y podemos encontrar perdón de pecados. (Romanos 6:23; Tito 3:5).
La revelación se mueve entre dos extremos: Dios y el hombre, Jesucristo es la unidad entre esos dos extremos. Jesús tomó el lugar del hombre, al cargar en Él los pecados del mundo, siendo Él mismo libre de pecados. El murió en la cruz en el lugar de todos, y su obra alcanza a cada ser humano que reconozca este hecho, y lo acepte como el Señor y Salvador de su vida. (Hebreos 2:9; Romanos 5:8)
Cristo murió y resucitó al tercer día, luego se apreció a muchos de sus discípulos y finalmente ascendió nuevamente con Su Padre. Si aceptamos que su muerte fue hecha a favor nuestro y por nuestros pecados, pasamos de muerte a vida y somos uno con Él. En el momento en que lo aceptamos como Señor y Salvador, Él comienza a vivir en el creyente. Él intercede a nuestro favor delante del Padre. (Gálatas 2:20; Romanos 4:3, 23-25)
El hombre pasa a tener una vida nueva y a ser hijo de Dios. Ha pasado de muerte a vida, y, al recibir el perdón de pecados, Dios lo mira a través de la sangre y el sacrificio de Cristo. El hombre es, entonces un ser redimido, es decir, comprado por la sangre de Jesús. (Juan 5:24; Juan 15:15)
Como dijimos, no hay nada que el hombre haga que lo reconcilie con Dios. Solamente por su amor, es Dios quien nos da el medio para ser salvos, y lo obtenemos aceptando el regalo del sacrificio en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. (Romanos 5:8; Juan 3:16)
El Espíritu Santo viviendo en el creyente nos garantiza que todas las promesas de Dios son verdaderas. No depende de nosotros, sino descansa en la gracia de Dios que comenzó la tarea y la terminará. Nos redimió, nos santifica y nos glorificará y no hay nada que pueda cambiar esto. (Filipenses 1:6-7; Efesios 1:13-14)
La iglesia está compuesta por todos los creyentes del mundo, es decir, por todos aquellos que fueron redimidos por la sangre de Cristo. Ha sido llamada como el cuerpo de Cristo, su esposa, y otras figuras para mostrar la unidad entre creyentes, la utilidad de cada uno, la necesidad del apoyo unos con otros. (Efesios 2:19-20; Romanos 12:4-5)
La iglesia está compuesta por muchas personas que tiene diferencias entre ellas como su forma de ser, su posición social, su medio ambiente, etc. Sin embargo, todas tienen una cosa en común: El Espíritu Santo. Esto hace que podamos encontrar unidad en la diversidad. Todos formamos parte de la familia de Dios, siendo hermanos entre nosotros.
El Señor Jesucristo prometió, cuando ascendió junto al Padre, regresar. En esa oportunidad volverá con poder y gran gloria, y lo hará para llevar a Su Pueblo con Él, al lugar que está preparando. (Hechos 1:11; Tito 2:13)
A quienes han confiado en Él, les está esperando una morada celestial, y una vida en plenitud, la vida eterna. Ellos irán a vivir con Dios. (Juan 14:1-3; 1 Tesalonicenses 4:16-17)
Ellos están condenados, junto a Satanás, al infierno y el tormento eterno. Al no aceptar el sacrificio de Jesús, quedaron bajo el poder de Satanás, y por eso compartirán su fin. (Lucas 16:22-25; Apocalipsis 20:5, 11-15)
Satanás es una persona real. Era un ángel que enfrentó a Dios, y fue expulsado del cielo. Es el príncipe de este mundo, ya que éste está dominado por él y por el pecado. El engaña a los hombres con sus artimañas. (Isaías 14:12-15; Juan 14:30; Apocalipsis 12:9)
Satanás intenta luchar contra el creyente, poniéndole pruebas y dificultades en su camino. Sin embargo, aunque nuestras fuerzas son limitadas, tenemos la victoria con Jesús, que es más poderoso que el enemigo. (Efesios 6:11-12; 1 Pedro 5:8)
Ellos están condenados, junto a Satanás, al infierno y el tormento eterno. Al no aceptar el sacrificio de Jesús, quedaron bajo el poder de Satanás, y por eso compartirán su fin. (Lucas 16:22-25; Apocalipsis 20:5, 11-15)